lunes, 5 de enero de 2009

ExPeRiMeNtO CoN MaRipOsAs....


La enfermedad arremetió contra todos los seres vivientes, incluso las plantas sufrieron los estragos de las danzantes mariposas, los doctores creyeron que era un virus y decidieron enviarlo a la capital para su análisis y la obtención de su pronta cura, pero como querían parecer médicos dotados de mucho conocimiento, le dieron el nombre de virus Lepidóptero, en honor a sus creadoras, las mariposas.

Sebastián arribo con retraso al tren, pero abordaba justo a tiempo para llegar por la tarde al pueblo donde había dejado su última tarea inconclusa. Afortunadamente no le toco compañero de asiento y pudo disfrutar con la soledad el paisaje caminante. Había estado mucho tiempo solo, no era muy viejo si hacía apenas unos meses cumplió los treinta y cinco años, pero siempre estaba viajando, no existía ningún amigo que recordará, tampoco tenia tiempo para el amor, ni un perro que le sirviera de compañía, solo, visitando cada año un pequeño pueblo para realizar como dotado científico sus experimentos.

El más reciente de todos, la incubación de una oruga que en cuanto se convirtiera en mariposa, con unos pequeños aleteos produciría alegría a las personas, su cálculos eran precisos, las posibilidades de fracaso casi nulas y el resultado quitar la depresión del alma. Incubo varias de esas orugas inyectadas con un tónico especial color rojo y para probarlas busco a una persona triste, sola, que expresara melancolía en su rostro.

Se vio tentado a probarla en el mismo, pero un domingo de misa, mientras buscaba dinero para la limosna, alcanzo a vislumbrar delante de él a una mujer alta, delgada, joven, pero con un rostro que emanaba arrugas de tristeza, tal vez tendría 25 o 26 años, tal vez menos. No era el tipo de mujer que llamaría su atención, eso se expresaba claramente en el vestido demasiado largo, mangas hasta las muñecas y sin escote, pero parecía ser la candidata perfecta para su prueba.

Al salir de misa, la siguió hasta su casa, así descubrió que solo salía los domingos para ir a misa y vivía de bordados que le vendía la dueña de la mercería de nombre Martha, que era, por decir poco, una vieja metiche y comunicadora de las buenas y malas nuevas del pueblo. Así que para obtener más información le pregunto como quien no quiere saber nada de nadie a doña Martha quien hacia las servilletas, conociendo entonces el nombre de la mujer a quien haría participe de su experimento, Lucrecia.

De todas las formas posibles que pensó esa noche, eligió la más tradicional, La epístola, una pequeña carta que sería enviada al amanecer con una oruga escondida en el sobre. En un principio no se le ocurría que redactar en ella, pero se decidió por la verdad, era un hombre nuevo en el pueblo que la había visto en misa, llamo mucho su atención y le causo una gran admiración su andar cuando trataba de parecer desapercibida. Claro que estas descripciones fueron engalanadas por bellas palabras de un hombre acostumbrado a leer poesía.

En la primera carta no obtuvo respuesta, decidió mandar otra, pero ahora escondió en el sobre 2 orugas, tampoco apareció respuesta, esperanzado en no verse fracasar, mando una tercera carta con cuatro orugas en el sobre y la respuesta llego al día siguiente con una letra delicada, perfume de lirios y ortografía impecable.

La correspondencia siguió llegando cada día y el contestándola, escondiendo orugas suficientes, hasta que ya no fueron necesarias, las mariposas llegaban de vuelta en los sobres con aroma a lirios y se veían en todas las servilletas bordadas que compro. Parecía que eso de las mariposas podía ser contagioso, porque en dos meses empezaron brotar del capullo cuatro o cinco de su laboratorio, hasta que quedo lleno de mariposas.

El escritorio donde escribía las cartas estaba tapizado por las mariposas y sus extraños aleteos que inundaban las recamaras con un sencillo olor a lirios. Se inundo la casa rentada con tantas mariposas, que Sebastián entro en pánico, algo en sus cálculos tuvo que haber salido mal y era necesario replantear la formula, no tenía planeado verse rodeado de las mariposas, él era un hombre que tenia como única acompañante la soledad.

Así fue como decidió partir, sabiendo que su experimento había funcionado para una sola persona y que tal vez, si esa mujer abría la puerta dejaría salir las mariposas para los demás. Pero las cosas no siempre resultan tan sencillas como se piensan, en su maleta, entre la ropa, en los zapatos, jabones y lociones se escondieron varias mariposas, que fueron saliendo una a una en el trayecto y que se metieron en sus pensamientos oníricos, donde encontraron un jardín para seguirse multiplicando.

Después de varios meses con sueños de mariposas, plasmadas en cartas o bordadas en servilletas por Lucrecia, por fin, Sebastián decidió regresar al pueblo donde comenzó todo. Pero cuál fue su sorpresa, al encontrar al viejo pueblo en un caos, todos los jóvenes, señores y uno que otro anciano, internados en el hospital a causa de una cruel enfermedad desencadenada por las mariposas.

Preocupado por sus errores de cálculo, fue directamente a la casa de Lucrecia, temiendo que por su culpa hubiese sido la primera en morir a causa de lo que él habría considerado la cura para la tristeza y que también se convirtió, aunque muy tarde se daba cuenta de ello, en la cura para su soledad.


... Y sigo amenazando en continuar la historia...

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efímera nostalgia, apabullante alegría, sollozos crepusculares y positivismo al anochecer... que rara es la naturaleza humana...